viernes, 10 de octubre de 2014

Vieja llama

Hace años tuve un sueño, quise ser Clarissa Dalloway. 

¿Y quién soy ahora?

Hace otros muchos años, tuve otro sueño, quería ser una inocencia interrumpida, una igual a mí multiplicada, descontrolada, desamparada. Aquello fue un espectro, pero la narcosis de la locura siempre me ha perseguido, igual que una escritura no resuelta: la mía. 

Con mis defectos, mi risa endiablada (que a veces ha sido una marca fratricida), espero valer algo por lo que escribo. Creo que la cuestión está en la práctica, en no parar de hacer esto, en no interrumpirme. Las heroínas también estaban perdidas, Anna Wulf, Jo March, Virginia Woolf (hundida bajo el río). ¿Dónde estaba su centro, su hilo conductor? Y sin embargo, su relato tuvo sentido. 

Algo me contaron ellas. El hilo conductor, el centro, es la propia vida. El dolor es el precio que se ha de pagar por encontrarte en ella, y aún así... no se me quitan las ganas de amar y el miedo a hacerlo. Eso me tiene mutilada, desbordada, atomizada desde hace tiempo. Pero poco a poco la herida va curando. Mi juventud es el remedio. ¿Dónde está el centro? ¿Dónde está? Me repito. En la vida. En la mía. En la de otros. Me empiezo a saludar y me gusta. 

En ocasiones me voy, no estoy aquí, porque se me amontonan las palabras como signo de sentimientos contradictorios de victoria y derrota, de arrogancia y pequeñez. Y me habita la culpa, qué rollo, a veces necesaria pero otras tantas castradora (creo que viene de un dolor antiguo, hondo, seco... que tiene que ver con cómo miran los otros y lo que esperan de una). Entonces, me digo que solo hay algo seguro: ahora, aquí, estoy escribiendo. Me abrazo. Por fin. Y si no he podido escribir hasta ahora... he caminado. 

No sé si esto tiene valor, sentido ante el dolor de los demás, al igual que mis lágrimas, que son comunes y se amontonan con las de otros, pero solo busco contar lo humano. Así que sigo, sigo, sigo, sigo aprendiendo, doliendo y amando. Veo la vida con los ojos de una aprendiz y eso me hace temblar de terror y de emoción, ante mí y ante el mundo.