jueves, 26 de mayo de 2016

Carta a amama Vicen



Vicenta Laña Valtueña. 

Vicen, Vicentilla, Amama Vicen, Amama, La Vicenta.

Decía la prima Leo el lunes, el día de tu muerte, que eras muy buena pero muy rara. 

¿Qué es ser raro? Todos lo somos un poco, ¿no? ¡Lo que tenías es mucho morro!

Te recuerdo ya mayor, amama, pero siempre NIÑA.

Una niña grande, como una menina de Velázquez, jugando a los seises con Nicolasito Pertusato.

Una niña que cantaba a todo pulmón para no escuchar la tormenta a su alrededor.

Una niña que tenía secretos y una mejor amiga, la Tiri, con quien se los llevaría a la tumba.

Una niña con su hermana pequeña pegada del brazo, cada cual asomando un poco más la dentadura para llevarse el pastelito ganador.  Ella todavía vive, no lo olvidamos.

Eras una niña que cataba un trocito de cada ajeno plato, como si tuvieras la sensación de que los demás disfrutaban de algo mejor, y la firme determinación de que no ibas a quedarte sin saber qué era aquello.

Una niña entre mágica y maldita, que regalaba caramelos, como una píldora de alegría.

Tocabas toda la fruta con tus manos antes de comprarla, ¿estarías buscando la manzana del cuento?

Nadabas, cual bruja marina, y entre agua salada y ácidos limones curtiste una piel que te tensó la vida 94 años.
Conocías a todos, y todo Sestao te saludaba, y es que cómo te gustaba la calle, supongo que en casa te sentías un poco enjaulada.

Pero del abono con el que se cubrió esa celda, que no eras más que tú misma, brotaron tres hermosos robles, con el tronco agrietado, pero bien arraigados a la tierra, que hace años se convirtieron en cinco. A su abrigo estamos creciendo, bellos y fuertes, tus seis nietos. Estate tranquila.

Decía Rilke, que la patria del hombre, de la mujer, es la infancia, y tú, a tus nietos, nos regalaste una mirada perpetua de niña verbenera. Tu casa, tu abrazo, fue mi infancia. Tu regalo: la alegría.

Por todos tus aciertos, tus errores, tu escandalosa humanidad, he aprendido que hacerse mayor es necesario, para vivir en paz con la vida, pero que en ese camino, nunca debo soltarle la mano a la niña que fui, a la que siempre fuiste tú. Porque la difunta no vuelve.

Así que, vivamos intensamente el aquí y el ahora, brinquemos a cada paso, disfrutemos y cuidemos de lo sencillo, de los demás. Apasionado vivir, tú me lo hiciste ver así.

Gracias, amama. Agur. 
Eider Zaballa Ruiz (Sestao, 25 de mayo de 2016)

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